“Las que no volvieron”: el largo camino hacia una búsqueda digna de las personas Lgbtiq+ desaparecidas en Santander
Durante los años 80 y 90, personas de la población Lgbtiq+ fueron víctimas de desapariciones forzadas en Bucaramanga y Santander. Hoy, sus voces y las de quienes sobrevivieron impulsan una búsqueda a través de la UBPD con enfoque de género y memoria.
PAOLA ESTEBAN C.
7/16/20254 min read


Publicado originalmente en vanguardia.com
“Yo me acuerdo que me amarraron de pies y manos, me orinaron, me botaron por un barranco. Pensé que era mi último día”.
Así empieza su relato una mujer trans sobreviviente de la violencia sistemática que marcó a sangre y miedo las calles del centro de Bucaramanga a finales de los años 80. Su voz tiembla por el peso de la memoria. Recuerda nombres de compañeras que ya no están: Claudia, Patricia Arévalo, Lina María, Adriana Arenas. Algunas se las “tragó” la violencia que en esa época acechaba a la ciudad en las noches; de otras, solo quedan fragmentos de recuerdos en las esquinas del barrio y en las lágrimas de quienes aún resisten.
La suya es una historia marcada por la brutalidad. Patrullas, escuadrones de “limpieza social” y agentes del Estado operaban en las sombras con la complicidad del silencio social. A ella la amarraron, la desnudaron, le robaron su dinero, la golpearon, la torturaron y la arrojaron por un barranco. Sobrevivió de milagro. Sus ‘compañeres’, Ángel y Cristal, no tuvieron la misma suerte.
“Duré como cuatro meses sin salir. Cuando veía una patrulla, me escondía. Todo me daba miedo. Nunca volví a trabajar en la calle. Pensé que me iban a matar”, confiesa. “Yo no pensaba en mí, pensaba en mi mamá. Solo quería volver a verla. Y cuando lo hice, le mentí. Le dije que me había caído de una moto. Estaba tan golpeada que no me atrevía a decirle la verdad”.
En su testimonio también menciona a otras mujeres trans y trabajadoras sexuales desaparecidas en la época: Jonathan Anduesa, María Fernanda Pacheco, Álvaro Martínez (a quien conocían como Lina María) y Adriana Arenas. En todos los casos, hay una constante: la desaparición como castigo, como mecanismo de exterminio.
“Los policías nos recogían en carros como si fuéramos basura. Nos robaban, nos golpeaban, nos torturaban. A veces nos hacían cosas peores. Después nos tiraron al barranco como si no valiéramos nada”, relata.
El largo camino hacia una búsqueda digna
La violencia contra las personas Lgbtiq+ fue institucional. Las desapariciones de mujeres trans y otras personas con orientaciones sexuales e identidades de género diversas fueron ignoradas por décadas. Nadie preguntaba por ellas. Nadie investigaba.
El contexto de la época también ayuda a entender por qué. Bucaramanga vivía, entre los años ochenta y noventa, una oleada de control social violento. El auge del paramilitarismo, los escuadrones de exterminio social y la criminalización sistemática de la pobreza y la disidencia sexual crearon un ambiente de represión silenciosa. Las patrullas nocturnas recogían a trabajadoras sexuales, habitantes de calle y personas trans bajo la excusa del “orden público”. A muchas de ellas no se las volvía a ver. Otras aparecían días después, sin vida.
“Era una ciudad controlada por el miedo”, recuerda un activista que prefirió no dar su nombre. “Si eras pobre, si eras diferente, si vivías en la calle o ejercías la prostitución, eras un blanco fácil. Y lo peor: nadie reclamaba por ti. Nadie se atrevía”, explica una mujer trans a Vanguardia.
Solo hasta 2017, con la creación de la Unidad de Búsqueda de Personas dadas por Desaparecidas (UBPD) mediante el Decreto 589, el Estado comenzó a mirar de frente esta deuda histórica. Desde entonces, la entidad ha trabajado para incorporar un enfoque diferencial de género y orientación sexual en sus investigaciones.
“Empezamos por preguntarnos: ¿cómo fueron desaparecidas las personas Lgbtiq+? ¿Qué preguntas debíamos hacernos para investigar con enfoque diferencial? Fue difícil porque ni siquiera teníamos categorías de identidad o de orientación sexual en los registros”, explicó la UBPD a esta redacción.
El primer obstáculo fue el subregistro. El Centro Nacional de Memoria Histórica apenas identificaba 22 casos Lgbtiq+. Hoy, gracias al trabajo conjunto con organizaciones sociales, se sabe que son muchos más. En Santander, la UBPD ha implementado una ruta de búsqueda por oferta, es decir, acercándose directamente a las comunidades, sin esperar que haya una solicitud previa.
Uno de los focos de este trabajo ha sido Bucaramanga. Allí se han desarrollado encuentros colectivos con la llamada “vieja guardia trans”: mujeres trans mayores que vivieron, y sobrevivieron, al pico de la violencia entre 1986 y 1998. Gracias a sus voces, se han formulado al menos seis hipótesis de identidad de personas desaparecidas: cinco mujeres trans y una mujer cis trabajadora sexual. Hoy, la tarea es cruzar esa información con registros forenses y hallazgos en cementerios y archivos institucionales.
“Nos dimos cuenta de que había una memoria viva que se estaba perdiendo. Muchas de estas mujeres ya son adultas mayores y han guardado el dolor en silencio por años. Pero al hablar, al recordar, han empezado a construir verdad”, añade la funcionaria.
Las tejedoras de la memoria
“Dignificar la memoria. Que las que no están tengan una voz. Que no las sigan recordando con vergüenza o miedo, sino con respeto”. Así resume Diego Ruiz Thorrens, director de la corporación CONPAZES, el objetivo de este proceso que mezcla dolor, verdad y resistencia.
Diego ha sido testigo de una violencia que no cesa, pero también de la fuerza de las sobrevivientes. Desde su organización, ha liderado encuentros con más de 60 personas de la vieja guardia trans trabajando de la mano con la UBPD. De esos espacios han salido nombres y datos; han emergido también recuerdos enterrados, mapas emocionales, sitios de miedo, historias de ternura y duelo.
“Nosotras no queremos lástima. Queremos justicia. Queremos saber dónde están nuestras hermanas”, dijo una de las participantes del primer encuentro. En las reuniones, muchas rompieron silencios de décadas. Algunas lloraron al nombrar a las compañeras que un día salieron a trabajar y nunca regresaron.
“Una vez una mujer trans nos mostró un recorte de prensa viejo. Era la única prueba que tenía de la desaparición de su amiga. Nos pidió que no dejáramos morir esa historia. Y eso es lo que estamos haciendo: buscar, reconstruir, exigir”, cuenta Diego.
Las memorias rescatadas en Bucaramanga son piezas sueltas de un pasado roto, pero también son pruebas. Son pistas. Son nombres que vuelven a pronunciarse para romper el olvido. Son también la esperanza de que alguna vez, en esta ciudad que aprendió a mirar hacia otro lado, haya lugar para la verdad. Aunque duela. Aunque tarde. Aunque aún falten muchas por volver.